Orígenes del veraneo y de la palabra bronceado

Manuel Polls


¿Cuándo empezó los que llamamos veraneo en la historia de la humanidad?

Podemos especular al respecto pero… ¡Evidentemente no es una pregunta fácil de responder! 

¿Qué dicen los diccionarios en diferentes lenguas? En principio todos dejan bien claro de qué estamos hablando, veamos la acepción de la Real Academia Española: “Veraneo: Pasar las vacaciones de verano en lugar distinto de aquel en que habitualmente se reside.” 

Es evidente que los cambios estacionales de residencia deben haber ocurrido desde la noche de los tiempos en la humanidad. Pero cambiar de hábitat no debería bastar para que pudiésemos hablar de vacaciones. Lo estoy viviendo por ejemplo estos días con mi amigo José, el amable y último pastor de una saga de cabreros en la aldea montañosa de Tocón de Quentar, donde procuro escaparme en familia los fines de semana. Allí ocurre que los pastores de ganado lanar de montaña suelen trasladarse por estas fechas, en primavera, a zonas más favorables en el valle para que las ovejas den a luz, y ello conlleva a menudo un cambio de residencia de dichos pastores, en ocasiones incluso con sus familias. Dicha mudanza coincide, en el ámbito rural, con la llegada de diversas fiestas tradicionales, especialmente a partir del solsticio de verano. Festividades a menudo religiosas pero siempre acompañadas de buen humor, y un notable aumento de la sociabilidad. Pero claro, se trata sólo de un cambio de residencia y de ritmo de trabajo, debido a una trashumancia, lo cual no son vacaciones. 

De hecho las vacaciones y el veraneo han sido cosa de ricos hasta hace poco. Sabemos los beneficios que tiene el descanso para la salud física y mental, pero desde la antigua Roma a la Primera Guerra Mundial, sólo los privilegiados podían permitirse unos días o semanas dedicadas al disfrute, según concepciones cercanas a las vacaciones actuales. Puede decirse que fueron los reyes y los patricios quienes inventaron el veraneo.

El turismo de masas no empezó a darse hasta mediados del siglo XX, por lo que hablamos de una conquista muy reciente de la clase media aunque, desde luego, sigue habiendo muchas diferencias en esta misma clase, según los países del mundo Occidental. Anteriormente a las vacaciones, los días festivos, los que no se trabajaba, estaban marcados por las fiestas religiosas, que durante muchos siglos fueron obligatorias para la población, sin acercarnos a lo que actualmente entendemos por vacaciones.

En cierta manera y como decía uno de los protagonistas del film “Crónica de un verano” (1959) del antropólogo francés Jean Rouch, los días festivos formaban también parte del trabajo pues eran necesarios para reponer fuerzas y seguir trabajando. Algunos de nosotros, los más veteranos, recordamos perfectamente cuando el sábado por la mañana era laborable en España, y en los colegios se libraba el jueves por la tarde. Se trataba de crear descansillos para mantener el rendimiento de trabajadores y escolares.

Durante el imperio romano, los patricios y familias de la nobleza ya tenían maneras de combatir el calor en verano y una de ellas era viajar a lugares menos calurosos, a la playa o la montaña, donde se hacían construir villas utilizadas como residencia de verano. Recuerdo la lectura de la maravillosa novela y pieza de teatro “Memorias de Adriano” de Margueritte Yourcernar que os recomiendo. Capri y las siete islas Eolias eran las predilectas por la realeza romana.

A partir del siglo XIX, la burguesía de nuestro continente imitó a las monarquías que disfrutaba de vacaciones en verano, desplazándose a los mismos lugares de veraneo que los reyes. En el caso de los reyes del centro y norte de Europa, desde la emperatriz Sissi hasta el Rey Loco de Baviera, disfrutaban de unas semanas de tranquilidad en la Riviera Italiana; los príncipes rusos gustaban de visitar las orillas del Caspio, y Napoleón III era un ferviente entusiasta de sus vacaciones en Biarritz. 

Un ejemplo paradigmático en España es San Sebastián, donde veraneaba la familia real española desde el rey Alfonso XII, gracias a la reina María Cristina, mujer del Rey Alfonso XII, que tras enviudar, siguió pasando sus veranos en esta ciudad. Se puso de moda la capital donostiarra y fue centro de veraneo para la alta burguesía que se lo podía permitir, a modo de corte de la realeza. Los criados formaban parte indispensable de las estampas veraniegas de entonces y las reuniones entre poderosos políticos y ricos comerciantes acababan con apretones de manos que cerraban desde jugosos acuerdos a matrimonios concertados.

Ello coincidió en el tiempo con un cambio de concepción acerca del mar. Hasta entonces, muchas ciudades costeras habían vivido de espaldas al mar, de donde solo provenían cosas malas y peligrosas: monstruos, enemigos, piratas, extranjeros, suciedad, deshechos y el miedo a lo desconocido de un entorno implacable. Pero la medicina de entonces tomó el agua marina y dulce como fuente de salud y limpieza.


Los baños se constituyeron como terapia saludable. El turismo incipiente tenía como destino destacado los balnearios, pero pronto se tomó el mar como un gran balneario al aire libre. Fue el nacimiento del veraneo en la costa, del ir a la playa por vacaciones. Fue así como se fraguaron los dos grandes pilares del turismo: salud y cultura, a los que se le unió el ocio para entretener a los viajeros entre visitas y baños.

La actividad del baño generó muchas polémicas en la época. La moral y los preceptos religiosos del momento denunciaron como escándalo peligroso los cuerpos a la vista de bañistas, sobre todo en el caso de las mujeres. Fueron turistas extranjeras las primeras en pasear en bikini por las costas de España para impacto de lugareños y curiosos. 

Con la piel expuesta al sol durante largos periodos, llegó el concepto de bronceado y bronceador, ambas cuestiones igualmente importantes para nuestra belleza corporal y la salud de la piel.

La vitamina C es el antioxidante más conocido, y relacionado con la piel a la hora de prepararla para la exposición solar y para su posterior bronceado. Menos conocido, pero no menos importante, es el cobre en su acción sobre el bronceado y en la síntesis de melanina (gracias al enzima cuprífera tirosinasa), que como todos sabemos es el pigmento protector de la piel, y el que genera el color morenito del bronceado. Las fuentes naturales de cobre por mucha diferencia son mariscos como la langosta, bogavante, cangrejos, cigalas, nécora y similares, también el hígado de mamíferos, las semillas integrales y los frutos secos.

En verano todos los que no usamos sombrilla para pasear por la ciudad (bien conocido es el caso de las turistas japonesas y su devoción por la palidez), nos ponemos más o menos morenos, pero el verdadero bronceado representa un estadio culminante, y un atractivo superior de belleza dérmica.

La Real academia de la Lengua Española nos ofrece la etimología de la palabra bronceado en español: Se documenta por primera vez, con la variante bronzeado y en la acepción 'coloración semejante a la del bronce', en 1702, en el volumen editado sobre Festivas demostraciones y majestuosos obsequios con que el Consistorio de Cataluña celebró el arribo e himeneo de los Reyes Felipe IV de Aragón y V de Castilla y M.ª Luisa de Saboya. Se utilizó dicho adjetivo al respecto de la arquitectura palaciega donde se hospedaron los reyes en la Ciudad Condal: “Era su arquitectura de orden compuesto, su hechura sobre lo llano de unidos bastidores, pintada en perspectiva toda la fábrica de imitado lápiz lazuli; y las Estatuas, y Tarjas de un lustroso bronzeado, ó fingido bronce, usado ya en los Arcos Triunfales de la antigua Roma.”

Es decir que inicialmente el uso del término bronceado en España estuvo destinado a la descripción de obras arquitectónicas, como analogía al bronce (cobre con estaño) de las escultóricas. 

Pero volviendo a nuestras vacaciones, y en esta época en la que el calor empieza a apretar, se justifica ir empezando a planificar el veraneo y el bronceado. El viaje que nos llevará al bronceado ya representa de por sí un agradable proyecto estival. Si conseguimos un buen bronceado posiblemente ello sea un indicador favorable, de que acompañaron el resto de circunstancias, las destinadas al descanso, el placer y la salud.

Eso sí, importante: El bronceado tiene que llegar a su zénit en el lugar y momento deseados. 

¡Nadie dijo que fuera fácil, pero podemos ir preparándonos!


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Manuel Polls